Cuento. No olvidar

 

No olvidar

 Por: Centro Literario Istak Axolotl



La soledad era tan densa que hacía a la niebla disiparse, huir sigilosamente por entre los arboles del llano más silencioso que existía. Fue hace un par de siglos cuando los hombres vivos habitaban esta tierra y la cubrían con flores dedicadas a la muerte de sus iguales. Ahora, me convirtieron en una triste figura pesada, difícil de recordar.

    A pesar de la niebla y mi soledad, distinguí entre las sombras a una inquietante figura que nunca esperé conocer. Había escuchado su nombre y su significado, pero fue cuando descubrí su voz que supe la razón de haberla visto. 

-¿Nunca te das por vencido? Los hombres ya no te necesitan.

        Espero no equivocarme y esforzarme inútilmente. Sé que no me necesitan, pero ellos deben entender la importancia que tiene recordar.

   -Créeme, valdrá la pena si logras regresar a su vida la necesidad de no olvidar.

        La Teoyamique sonreía de oreja a oreja, mostrando sus dientes sobre la oscuridad de su cuerpo. Ella tomándome del brazo empezó a caminar hacia la senda sinuosa donde un rugido abrió una cueva llena de aromas extraños.

        Ahí, entra y encontrarás lo necesario para volver a la vida de los hombres. Si lo haces ayudarás a quienes el vacío ha agotado su existencia. No temas.

    Cuando lo hice distinguí el lugar al que me había traído y no pude hacer más que seguir caminando hacia la profundidad del Mictlán. Sin embargo, algo andaba mal. En todo el inframundo reinaba un silencio abrumador y los colores naranja y rojo se iban volviendo más tenues hasta apagarse. Todo era oscuridad, el frio me helaba la piel. Seguí bajando y no lograba ver nada. Sólo continué caminando a tientas con la esperanza de encontrar en algún punto lo que necesitaba. Con un poco de suerte tropecé con una voz que se apagaba a cada palabra.

    ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?

        Vengo a buscar algo que me servirá para volver a la vida de los hombres, me trajo Teoyamique y quizá, si obtengo lo que buscó, pueda ayudarte a ti también.

    -Eso no lo sabes.

    -Dime, ¿Quién eres?

   -Soy la sombra de un dios, antes era adorado, ahora nadie me recuerda. Alguna vez separé el mar del cielo y doté de vida a la carne, yo soy entre otros nombres, Quetzalcóatl la serpiente emplumada. El dios de los mortales.

    -¿Qué haces aquí, en lo que alguna vez parece que fue el Mictlán?

    -Todos estamos aquí. Todos los dioses nos hemos refugiado del olvido.

    -No es su culpa, ahora son más débiles de espíritu y las tendencias los hacen sucumbir fácilmente a la frivolidad. Los demonios de colores y voces extrañas se han apoderado de sus corazones.

    -Entonces, ¿Cómo planeas cambiar eso?

   - Quiero regresar a su vida para volver a tener la fuerza de antes, de esa manera podría generar un enlace con el pasado. Les daría de nuevo su identidad y cultura, tal vez así ustedes regresen y sean adorados una vez más.

-Cuando terminé de decir esto, una ola de murmullos cubrió todos los rincones en la oscuridad. Quetzalcóatl ordenó silencio.

    -Si tú lo consigues es indudable nuestro beneficio, y creo saber qué es lo que necesitas. Tú, la memoria y la grieta en el tiempo, debes bajar con Mictlantecuhtli y llevarte el último de los huesos sagrados de nuestro padre Tonacatecuhtli con los cuales en otro tiempo se formó la vida, sin duda su poder es incompresible y puede llegar a ser todo lo que necesitas.

    -Quetzalcóatl y dioses, les prometo que, de tener suerte, haré que nunca desaparezcan del mundo el cual les pertenece.

Antes de irme, apareció ante mi limitada vista, una larga figura, oscura y con una forma inhumana. Se veía débil, pero escuche la voz más potente de todas emanar de su inestable imagen.

    -Yo soy Xólotl, si me sigues bajaremos más rápido al centro de este palacio de sombras y hallaremos a su gobernante tan pronto como empecemos a andar.  

No tardamos mucho en recorrer grandes distancias y bajar terribles alturas, cuando llegamos a la última galería de fuego donde Xólotl desapareció. Mictlantecuhtli estaba inerte sentado sobre una pila de cráneos, parecía una piedra de esqueleto con un enorme penacho en la cabeza. Me acerqué pues parecía dormido, llegué a estar tan cerca que obtuve un poco de su aroma a incienso en mis labios. Al inclinarme enfrente de ese titán muerto encontré una pequeña vasija partida a la mitad, y sobre la vasija vi un fémur enorme de un color negro ceniza tallado. Lo tomé sin problemas y cuando lo sostuve fuera de tazón, mi cuerpo se desmaterializó en al aire y se reconstruyó de nuevo enfrente de la gruta, en el mismo llano solitario de antes.   

Con el hueso en mi mano, obtuve una fuerza increíble, la necesaria para clavarlo en el suelo, entonces sin pensarlo, puse mi cuerpo sobre el agujero en la tierra donde una luz de oro y jade empezó a huir. Llegó a donde tenía que llegar. Los hombres alrededor del llano empezaron a brillar de ese mismo color.  Alejaron toda la monotonía de sus rutinas y se deshicieron de los objetos banales con los que completaban su vida. Después fueron en grandes grupos por las flores más naranjas y amarillas que había. Unos trajeron comida y otros fotos, algunos de más allá traían el fuego en sus manos.

Todos juntos empezaron a formar una escalera hacia el cielo y sus corazones se unieron con la tierra.  La alegría y la nostalgia se mezclaron en el aire y encendieron los colores del Mictlán. El pasado volvió en ese instante. La algarabía era tal que mis ojos se cerraban. El llano floreció de nuevo y la tierra tembló por el despertar de los corazones de los 400 dioses. Mictlantecuhtli abrió las puertas del Mictlán por esa noche y las almas de los antiguos hombres invadieron el claro iluminado por millones de veladoras.

Fue entonces cuando escribí sobre el hueso el ultimo grabado sobre su negra superficie. Con dos palabras sellé esa noche y todas las noches anteriores. Tan sólo escribí, con la firmeza de un juramento, nueve letras que al formase recitaban: “No olvidar”.   

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