Ensayo. La epidemia de las grietas
Por: Sofía De la Peña
“No es el juego flaca, lo que pasa es
que ya soy un viejo y estoy algo roto”.
Cada vez que vuelve ese recuerdo,
intento convencer a mi memoria de que Panchito jamás mencionó estar roto.
Tal vez en lugar de roto había usado otra palabra: confundido,
despistado, perdido, desorientado, pero ¿por qué roto?
El cristal se puede
romper y, al igual que el concreto o la cerámica, se fragmenta a causa de
pequeñas líneas que terminan dividiendo a un todo; sin embargo, ahora sé que no
sólo los objetos tienden a romperse; sino también las personas. Esto me lleva a
suponer que una grieta crecía en el interior de mi abuelo y lo hacía olvidar
poco a poco partes de sí mismo.
Si olvidarse de las
cosas implica romperse, entonces todos tenemos grietas (en
menor o mayor medida). Los médicos las nombran de un modo más elegante: amnesia.
La ciencia nos explica que una de las principales causas de la amnesia es el
envejecimiento, el cual, provoca un olvido senil “benigno”.
No sé si la
palabra benigno se emplee para suavizar el impacto
que estas lagunas tienen en las personas porque, sin importar los niveles en
los cuales los especialistas dividen a las grietas, éstas siempre
concluyen de la misma forma: la persona se fragmenta. La ausencia es de nuevo
delatada por el hueco, señal innegable del vacío.
Esto nos dice una
cosa: nuestra memoria es frágil; se encuentra luchando constantemente por una
fantasiosa estabilidad a la que, por momentos, le gusta pasearse entre los
dedos de las manos. Es común olvidar que las líneas pequeñas sometidas a
presión se expanden; creando a su vez más líneas, y éstas, buscan destruir sin
compasión una parte esencial de lo íntegro. Crean un medio y éste siempre les
responde.
7:45 a.m.
Nuestras madres suelen aprovechar cada
momento para enseñarnos algo. Llegan a insistir tanto con una idea al punto en
que ésta logra quedarse anclada en nuestra mente, y a veces, ni somos
conscientes de ello. Por mi parte puedo decir que a la mía le gusta reiterar
una y otra vez la frase “el cuerpo es muy sabio”. En un principio, pensé en la
obviedad de esta afirmación por el mecanismo de defensa con el cual casi todos
contamos; no obstante, dicha obviedad me mostró un punto ciego, un punto clave
que no había sido capaz de explorar hasta ahora.
En este instante
quiero traer de vuelta el recuerdo más antiguo de mi mente. 20 años en reversa
son como el collage de un esfuerzo inútil; pero los lugares,
los nombres, y según estudios realizados en la Universidad de Dresden,
Alemania, también los olores ayudan a encontrar a las memorias que yacen bajo
tierra.
Cuando acompaño a mi
madre por el mandado, me gusta sentir los aromas característicos de cada
pasillo porque me remiten a algo muy especial. Entro y me dirijo hacia el
fondo, a la zona de la panadería: viajo a las tardes que pasé en casa de mis
abuelos después del catecismo; veo con detalle el vaso naranja con flores
púrpuras en el cual mi abuela (secretamente) me servía café y justo a lado, la
panera blanca, con su delicioso olor a azúcar.
Camino hacia la
derecha y me encuentro con la zona de la frutería que me lleva a una de las primeras
travesuras de Ana, mi hermana mayor. Nos veo sentadas en la cocina junto a la
más pequeña de mis hermanas, Ale, la cual tendría unos tres o cuatro años;
enfrente de ella está Ana con una lata de chiles, le ofrece y le dice que son
lechuga. Esto obviamente no terminó muy bien; pero por desgracia es el único
recuerdo que conservo con dicho aroma.
De la frutería dos
pasillos a la izquierda está la sección de limpieza e higiene. El olor a limpia
pisos me hace sentir el frío de una carretera cerca de Monterrey. Hay un
edificio enorme sobresaliente entre la niebla. Mi tía me lleva de la mano hacia
ese lugar donde abunda el aroma a pinol, poco después me percato de que es un
hospital. Todos, excepto mi abuelo, están ahí. Probablemente él fue el motivo
de esa visita.
Podría seguir con
una lista interminable de olores; pero sin duda el recuerdo más antiguo al que
he podido llegar mediante esos recorridos, es el nacimiento de mi hermana
menor. Cerca de la salida entro al pasillo de productos infantiles. Hay un
aroma específico, dulce y tenue, que siempre asocio con ella: el aceite marca
Mennen. Regreso dieciséis años y me veo caminando con Ana y mi primo hacia el
cuarto de mi abuela; la cama era alta así que Ana me cargó y al asomarme,
encontré a un bebé rodeado por una pequeña cobija amarilla. No recuerdo su
cara; pero su olor era semejante al de las rosas.
Los sentidos son los
dones más grandes de nuestro cuerpo. Son el arsenal para mantener alejado a un
viejo contrincante del hombre, al cual le gusta anunciarse por
el tic-tac que, a nuestros ojos, se manifiesta con la ida y venida del sol. Sin
embargo, estos dones no nos garantizan una memoria íntegra. Las grietas se
crean desde la infancia, son pequeñas; pero no por eso menos impactantes. Paul
Frankland asegura que el cerebro se encuentra en desarrollo y por esa razón no
puede almacenar recuerdos; pero creo que hay posibles vestigios dentro de la
mente de cada persona: una cara, un olor, un nombre…algo.
5:30 p.m.
Durante el verano estuve viendo algunos
programas en televisión. Hubo una semana de astronomía en National
Geographic y sin duda alguna, mi atención se dirigió a los agujeros
negros. Algunos expertos en astronomía explicaron el fenómeno por horas, pero
las palabras más resonantes fueron: “éstos son la evolución de enormes
estrellas las cuales derivan en un gran cataclismo denominado supernova. La
gravedad y densidad son tan fuertes que ni siquiera se encuentran rastros de
luz”.
Al parecer las
estrellas también sufren los estragos del tiempo. Viven para brillar, pero al
envejecer explotan o, mejor dicho, evolucionan. De ahí sufren una transformación,
una especie de metamorfosis siniestra y destructiva. Ya no existen para emanar
luz; sino para robarla e igualmente para succionar y desaparecer todo a su
paso. Con esto asumo que el Alzheimer es la supernova: el gran cataclismo en la
mente de los ancianos.
Mi abuela solía
confundir nuestros nombres. Tuvo once hijos, y esos once, tuvieron sus
respectivas familias. Me da vergüenza admitirlo, pero ni yo he logrado recordar
los nombres de muchos de mis familiares, motivo por el cual en ese tiempo no me
parecía alarmante que ella tampoco pudiera recordarlos.
Cada domingo me
hacía las mismas preguntas y me parecía muy dulce la sorpresa que le causaban
las mismas respuestas. Solía burlarse de ello, pero los eventos evolucionaron.
Pasaron de ser una simple confusión a un agujero negro. A esa estrella la
condenó el precio de su edad. Definitivamente estaba en proceso de supernova.
Su memoria la
encadenó a un cuerpo rebelde; consciente de su estado indispensable, lo cual
era peligroso. ¿Qué diferencia existe entre calentar agua en la estufa con una
olla o con un vaso de unicel si los dos tienen la función de almacenar
líquidos?, ¿qué diferencia existe entre un labial y un cepillo para el cabello
si ambos se emplean para lucir una imagen “presentable” ?, ¿qué diferencia hay
entre tus hijos, nietos y desconocidos si ambos son personas que eventualmente
te encuentras? Así es como la mente empieza a acechar a los ancianos, pone su
discernimiento en el margen de igualdad: en un laberinto.
Un domingo me tocaba
ser Sara, otro Amelia y otro Karina. A veces me pregunto quiénes fueron esas
personas en la vida de mi abuela; por qué ellas si tenían un lugar en su
memoria y yo no. Tenía que decirle mi nombre y de quién era hija; pero hubo un
momento en el cual me pidió que le apuntara, entre todas las mujeres de la
sala, a Claudia.
Como dije ella se
encontraba en proceso de supernova; no obstante, hubo una persona a la cual
nunca olvidó: mi abuelo. Esa lucha por mantenerlo presente en sus recuerdos es reconfortante,
porque no se perdió completamente en sí misma. Aún había algo de luz en
esa estrella.
7:14 p.m.
Según Frederick Bartlett la capacidad
de retención de la memoria es posible gracias a diversos esquemas establecidos
por las experiencias; pero como hemos visto dichos procesos esquemáticos no
pueden generarse en una persona que elimina, en contra de toda voluntad, los
eventos del pasado.
Diversos estudios en
el área neurológica afirman que es necesario olvidar para recordar (irónico
¿no?). El cerebro discrimina los eventos “insignificantes” para ceder su lugar
a otros de “mayor importancia”. Un proceso creativo-destructivo puesto que, al
adquirir nuevas experiencias, el inconsciente se encarga de preservar los
restos del sacrificio en un sitio oscuro de la mente, donde
los recuerdos se empolvan hasta llegar a la distorsión; a una especie de imagen
monstruosa e irreconocible a la cual es mejor olvidar.
¿Qué diagnóstico,
propuesta, estudio o avance nos garantiza una memoria íntegra si todos hemos
olvidado una parte nosotros mismos? Estamos contaminados por la amnesia;
fragmentados, incompletos e incluso rotos como diría Panchito.
Sé que la
neurociencia seguirá justificando sus funciones; pero esto sólo pone en
evidencia a una memoria inestable. Los ancianos olvidan cosas, nosotros también
olvidamos cosas, sin embargo, eso no nos posiciona en el mismo lugar. Califican
a unos como enfermos y a otros como sanos. En realidad, ya no existe la certeza
de una plenitud.
El envejecimiento es
señal de deterioro, pero también existe la amnesia en la niñez. Los aromas te
pueden remitir a distintos recuerdos; pero en una persona que ha borrado sus
memorias da lo mismo el olor a canela, café o pan dulce. Los olores son olores
y nada más.
Tenemos la
enfermedad en la sangre, las manos atadas y lo único que hacemos es observar.
Se escuchan los pasos del tiempo en una lejanía que parece cada vez más
cercana. Se denomina benigno al más sorprendente y destructivo
de los cataclismos: la supernova senil. Es verdad, vivimos
estancados en un ciclo donde la experiencia joven asesina a la experiencia
vieja; olvidando el hecho de que en un punto tendrá el mismo destino.
Huimos todo el
tiempo exhaustos y aterrados de las grietas. Los alcohólicos escapan de la
grieta del Síndrome de Korsakoff, los drogadictos y lesionados de la
grieta orgánica; los afligidos y los soldados de la grieta disociativa, y los
ancianos, de la grieta del Alzheimer. Todas coexistiendo en este gran universo
como agujeros negros.
Cabe la posibilidad
de que incluso en este preciso instante exista una grieta expandiéndose en mi
interior; propagando la ausencia o el hueco de manera muy sigilosa; pero no
puedo hacer algo para detenerla. Estamos conectadas para vivir, crecer y morir
de la mano. Ese es el motivo por el cual todos tenemos grietas. Nos encontramos
unidos a un elemento que nace de la división.
Amnesia, sé que te
gusta manipular la integridad del hombre; pero no soy tan fuerte como el
concreto o tan frágil como el cristal. No soy un objeto inanimado del cual
tengas voluntad y poder ¿Por qué insistes en seguir aquí?
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Recuperado de https://es.wikipedia.org/wiki/Amnesia_infantil
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no podemos recordar los primeros años de nuestras vidas?. (2017).
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Recuperado de https://definicion.de/amnesia/
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https://www.psicologiaparatodos.net/cerebro/por-que-los-olores-nos-traen-recuerdos/
- Teorías de la memoria!
(2013). Recuperado de
https://prezi.com/y-p_dfzn67pk/teorias-de-la-memoria/
- Torres, A. Los distintos
tipos de amnesia (y sus características). Recuperado de
https://psicologiaymente.com/clinica/tipos-de-amnesia
Contacto : clau_sofia_03@hotmail.com
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