Ensayo. Crónica de un instante, relato de una auténtica inmortalidad

 Por: Sofía De la Peña 
Lovers 

Tecnica: Mixta s. Papel Fabriano 

Autor: Octavio Gil octaviogil28@gmail.com

Recordar, una de las tres entidades que conforma la triada expuesta por Elizondo. Aquella en la cual el verbo del tiempo se encuentra vulnerable ante la seducción del espacio vacío. De la nada. No obstante, a pesar de estar tan cerca de los límites de su propia desintegración se mantiene al borde. Nombrándose con el seudónimo instante.

    Y qué es esto sino la línea divisora entre aquella alternación de lo que es y no es. Entre la esencia del presente y la del porvenir que se encuentran a merced del límite aludido quien congela el panorama para, finalmente, develar lo indispensable que yace bajo tierra por la fugacidad del momento. Pues la misma rapidez priva la verdadera experiencia. Se trata, de forma concisa, del goce auténtico opacado por la continuidad.

    Por ello la triada muestra a su siguiente integrante. Placer. No importa realmente de qué instante de la historia se hable, el deleite siempre tendrá una connotación negativa, la cual, a su vez, tergiversa el simbolismo de los actos que le promueven. Hecho que otorga mayor influencia a lo efímero, descompensando la verdadera relevancia que el goce provee en la memoria pues cada fracción a la cual puede considerarse como recuerdo debe su misma categoría al placer que le sustenta.

    Esto no se encuentra vinculado precisamente a la felicidad como usualmente se le asocia. También se ancla a todo aquello que concierne al dolor. Lo repulsivo y amorfo son partes formativas de la cotidianidad; pero desde la perspectiva común son vistas como un rasgo humillante al cual se debe oprimir, si no es que toda, la mayor parte de la propia existencia del ser.

  ¿Por qué razón? Simplemente porque se decidió atribuirle la particularidad de lo prohibido (naturaleza del tabú). Es entonces cuando el placer incrementa sus efectos y se vuelve un atentado a la moral como la muerte lo es para la vida.

  Aquí entra la tercera entidad y Padre de la gran triada. Montaigne decía que aquello que sólo se experimenta una sola vez no puede causar mayor sufrimiento y que el verdadero dolor se encuentra en las múltiples formas en las cuales este hecho se presenta. Con ello, la idea de fallecer es más el sobre pensar que el acto en sí pues “la obra misma de la vida es construir la muerte” (Michel de Montaigne, 1580, p. 21).

  Dicho pensamiento recae en la primera entidad mencionada; puesto que tiempo y muerte son el mismo individuo bajo máscaras disímiles, al igual que el reflejo es una proyección posicionada del lado opuesto al sujeto que imita. Por lo anterior mantener al instante en un estado completamente estático prolonga la vida. Transforma mediante la contemplación del placer doloroso pues en este caso es el que permite construir una memoria.

    Incluso el mismo hombre practica inconsciente dicha forma de inmortalidad mediante la captura del momento preciso. Material fotográfico en el cual queda eternamente plasmado el placer, o como se le suele aludir para evitar el daño moral, recuerdo.

    Cada concepto repercute en el brote de su subsiguiente en la triada. “Se trata; pues de un movimiento irregular, perpetuo, sin molde y sin fin, cuyas invenciones se estimulan, se siguen y se crean mutuamente” (Michael de Montaigne, 1580, p. 50). Una narración circular en la cual cierre e inicio se encuentran débilmente aislados por el instante. Por lo cual uno es el eterno espectador dentro del único acto en la obra.

    Elizondo construye esta matriz para hacer una ilación, abrupta para la narrativa tradicional, sobre la verdadera concepción de estos tres aspectos fundamentales en la vida de todo ser. Prohibiciones a ojos de fieles; pero permanencia en manos profanas.

    Sintetizando lo anterior el placer que evoca la muerte se debe al gozo que yace en el recuerdo. Al instante, alegre o doloroso, que admite su permanencia en la memoria. Reconstruir y traer de vuelta son dos pasos a seguir para alejarse de la pena máxima. El olvido, pues este siempre es, en palabras de Elizondo, más tenaz.

    Ya a este punto queda expuesto el primer y único antagonista en la matriz de la inmortalidad. Puesto que si no hay rastro del placer no hay un instante recordado y, sin éste, el tiempo prosigue con su curso consumiendo cada aspecto del hombre hasta ofrecerlo como tributo a la muerte final. Aquella en la que uno se desvanece y se confunde con los restos de la nada.

   Por esa razón los actantes del relato insisten en recordar, fragmento por fragmento muchas veces contradictorio, el instante. La imagen completa que les hace estar un mismo lugar. Atrapados hasta que el suplicio sea efectuado y regrese todo nuevamente a su origen.

Biografía

  • Ø  Elizondo, Salvador, Farabeuf, Fondo de Cultura Económica, México 2009. 
  • Ø  Montaigne, Michel, De la experiencia y otros ensayos, Ediciones Folio, S. A., España, 2007.   

Sofía De la Peña: Estudiante universitaria de la Lic. En letras españolas. Actualmente se dedica a la promoción cultural de la lectura en la Secretaria de Cultura del Estado de Coahuila. 

Contacto : clau_sofia_03@hotmail.com





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