Ensayo. El vacío y la poesía náhuatl
Por:
Centro Literario Istak Axolotl
Se
nos ha dicho que el pueblo mexicano es un ser de añoranza, de color gris y de horas
efímeras cerca del final, que vivimos anhelando lo que perdimos cuando muchas
de esas cosas no pudimos conocer. Pero ¿no es así la naturaleza de todo ser
humano?
En
el libro La tinta negra y roja de
Miguel de León Portilla, justo en el capítulo IV titulado “cantos de privación”
podemos encontrar una visión derrotista de la perdida. Visón que ayudara a
explicar mi punto.
Entre
todos los poemas, existen aquellos con una carga melancólica y triste con la
que todos nos podemos identificar. Muchos de esos poemas parecen ser la clave de
la concepción de nuestro lugar en el orden de las cosas. Esa clave que tememos
darnos cuenta que existe por el resultado conocido que preferimos ignorar. Estos
cantos son especiales, demuestran una emoción natural, marcada en la época de
una cultura que no imaginamos podría sentirse así.
El
primer canto se titula “¿Hay algo más allá de la muerte?” Y en sus versos se
puede sentir la incertidumbre y conformación del destino visible.
…¿Acaso allí podré contemplar,
podre ver el rostro
de mi madre y de mi padre?
¿Se me darán en préstamo allí
algunos cantos, alguna palabras?
Allí tendré que bajar,
nada es lo que espero:
nos dejaron,
acompañados con la tristeza en la tierra.
Es sorprendente la manera en que aquellos
poetas, sin recursos retóricos conocidos, pueden expresar un sentimiento tan
puro que sigue atormentando a los hombres de cualquier región. Sin embargo, la
muerte no fue el único testigo de las palabras de aquellos sentimentales
escritores.En uno de los cantos siguientes, titulado “Dudas”, se escucha la voz
de un pensador sobrepasado por sus ideas, ideas que lo llevan al borde de su capacidad,
haciéndolo sentir inquieto. Solamente por pensar.
¿Dónde ha estado mi corazón?
¿Dónde en verdad es mi casa?
¿Dónde en verdad se asienta ella?
Soy pobre en la tierra.
¿Acaso algo verdadero digo aquí
Dador de la Vida? Sólo soñamos,
sólo hemos venido a levantarnos con premura del sueño.
Lo digo en la tierra,
a nadie podemos decírselo aquí.
Aun cuando sean de jades, piedras
pulidas,
talvez para el Dador de la Vida,
aquí a nadie podemos decirlo.
Sus
dudas sobre pasan las respuestas de los demás. Con la lengua parece querer
resaltar ciertas partes del verso y el Dador de la Vida es como un acento de
esa emoción. Existe un eco inmenso enfrente de su voz. Imaginemos un atardecer.
El sol escondiéndose detrás de una pirámide, colores dorados y marrones bajando
por la ciudad. Voces y cantos se mecen y en algún lugar alguien mirándolo todo,
como una pintura vacía cree que nada es posible si es que en verdad fuera real.
El
nuevo mundo nos ofrece una naturaleza nada extraña para los visitantes europeos
occidentalizados. Parece ser la razón de existir de cualquier humano, sin
importar su lejanía ni su cultura, como si al ver al cielo extendido por todos
lados siempre viniera la pregunta sobre la explicación nuestra razón de
preguntar. Como si fuéramos un vacío por el que brotan las palabras que cavan
más profundo hacia nuestro interior. Para
última lectura, aparece en el capítulo uno de los cantos más largos de todo el
libro. Con más sensaciones interrumpidas por la inmensidad de la nada.
“Canto
de la huida”
Para cerrar la colección de privaciones no hay nada mejor que la huida de todas ellas. El ultimo salto, la única salida. La voz interprete comienza a buscar su destino, se aflige al no encontrarlo y al darse cuenta que sólo ha sufrido en esta tierra vive erguido junto a otros sentenciados. Se preocupa por la manera en que debe vivir junto a ellos. Y al tratar de pensar en sus amigos y familia, recuerda que no volverán de su partida. Se ha doblegado y predice su destino.
…Sólo vivo con la cabeza inclinada
a lado de la gente.
Por eso me aflijo,
¡soy desdichado!,
he quedado abandonado
a lado de la gente en la tierra.
¿Cómo lo determina tu corazón,
Dador de la vida?
¡Salga ya tu disgusto!
Extienden tu compasión.
Estoy a tu lado, tú eres dios.
¿Acaso quieres darme la muerte?...
Suena
muy conocido. Es para nosotros una duda presente en la mayor parte de nuestra
vida. Solos tememos a la muerte y a la profundidad de la existencia. Los
cantos, los versos y las palabras son impulsos que no nos permiten sucumbir a
la desesperación.
Existen
más sorpresas dentro de este mundo, algunas que no llegamos a conocer. Pero si
me lo preguntan, diría que aún está en nuestros días. Dentro de nosotros,
formando parte de una cadena histórica de células culturales entretejidas una
sobre la otra, estallando en nosotros cada vez que leemos un recuerdo en forma
de canto. Escrito también por nosotros en algún punto del tiempo. Mientras
sigamos sorprendiéndonos por lo que creíamos haber dejado atrás, esos
forjadores de cantos habrán sobrevivido al vacío de la triste tierra en la que
seguimos de pie.
Sólo una vez perecemos,
sólo una vez aquí en la tierra.
¡Que no sufran sus corazones!,
junto y a lado del Dador de la Vida.
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