Ensayo. Origen y destino. Reflexiones alrededor de pluma de Philip K. Dick
Por: Centro Literario Istak Axolotl
no una ciencia exacta.
Philip
K. Dick
Cuando
nos preguntamos por la naturaleza de nuestro origen solemos siempre voltear
hacia atrás, miramos al pasado creyendo encontrar las mejores respuestas antes
de pensar en las implicaciones al ser respondidas. Nos comparamos desde arriba
en la cadena de la vida y creemos tener un origen diferente a todo lo que nos
rodea.
Sin
embargo, la idea de emergencia no se encuentra en lo que alguna vez fuimos,
sino en lo que somos capaces de hacer. Creemos ser diferentes, pero en el fondo
tenemos la identidad fenomenológica de sentirnos creados y emanados de un ser
superior. Desde el instinto de adaptación hasta la necesidad de procrear,
jugamos con una habilidad divina inconscientemente adoptada cada día de
nuestras vidas.
Al
nombrar creamos, definir algo se moldea a nuestra realidad. Subjetiva o
científicamente nuestro mundo se desdobla, crece desde nuestra mismidad rumbo a
la otredad, importante para la conceptualización del ser que crea, crece y
expande. Si medimos el alcance de nuestras acciones podemos entender nuestro
nativo comportamiento ante lo ajeno y de ahí, nos direccionamos al núcleo de
existencia y razón.
Si
somos capaces de crear simulaciones, simulacros o más comúnmente llamados
robots y somos conscientes de la manera en cómo podemos crear algo totalmente
diferente a nosotros, es probable que tiempo atrás, demasiado lejano para
recordarlo, alguna especie diferente incursionó y creo algo nuevo, diferente y
especial. Quizá avanzamos, nos sumergimos en nuestra perspectiva y poco a poco
lo olvidamos hasta decirle dioses o sólo un Dios.
Philip
K. Dick en su novela Podemos construirlo,
hace una analogía perfecta respecto a la creación y la postura del hombre ante
lo creado, los inventos surgen de una necesidad particular y se desarrollan a
lo general en una de las etapas más tensas de la historia humana. esta misma
crisis es lo que motiva a los productos para adoptar ciertos modelos de
autoridad en lejana, anterior y muy parecida a la actual.
En
esta primera novela es muy importante el enfoque al ayer. Se pretende entender
la actualidad desde un punto anterior por la misma necedad del hombre por vivir
de sus recuerdos. A partir de esos recuerdos surge la imagen de los simulacros,
y de los simulacros la diferencia entre ellos y los hombres.
Nos
aterra lo que es diferente. Creamos lo aterrador y si nos comparamos una vez
más, nuestras creaciones y nuestros creadores son distintos total o
parcialmente. Los robots no tienen huesos o piel y nuestros autores no tienen
cuerpo o mentes dimensionalmente limitadas, podrían estar todas partes, tener
todo tipo de poder y ver más allá de los límites de su posición actual.
De
la distancia entre creadores y creados podemos rescatar una singularidad en
nuestro interior. Aquella entidad inmaterial hecha para trascender. El alma,
eso que nos permite nutrirnos, andar y sentir a través del material creado y
finito vivo solamente mientras creamos que fuimos creados, con una función y un
software difícil de entender.
Tal
vez estemos en función automática, haciendo eso que no comprendemos, trabajando
con un fin y para un bien mayor extrañamente más grande y ajeno a nuestra
existencia. No importa que tanto pensemos en ellos, lo más seguro es que no
podamos hacer nada al respecto y sólo nos queda seguir. ¿Si pensamos existimos
de verdad? O ¿Existimos para función de
algo más, así como los animales o plantas para nosotros?
Nada
se puede comprender por medio de la imaginación, todo depende del conocimiento
que tenemos de nosotros mismos, y si el espíritu existe es una manera de
concebir la distinción propia de la realidad. Una distinción inocente que si se
quedara en su primera función seria magnifico, porque no perderíamos esa
inocencia por vivir, la experiencia es fundamental para el significado de
nuestro mundo y realidad.
Nacer
es difícil y desagradable, peor que la muerte según Philip k. Dick, no existe
una filosofía a la hora de nacer, los pronósticos son terribles, las acciones y
pensamientos envuelven cada momento desde la primera creación y esto solo lo
notamos cuando infundamos vida o creemos poder darla. Sin notar que nos vemos a
nosotros mismos a la hora de nacer. Viajar en el tiempo no es algo de ciencia
ficción, es el arte de ver tu pasado en el presente de todo lo demás.
En
la segunda entrega, la narración cambia de enfoque, de la guerra fría nos
encontramos en una época futurística y confusa. Los limites se han sobrepasado,
los medios de la humanidad son otros los cuales se acoplan a las heridas de
antaño que se teme provocar. La normalización de esos avances empujo a las
mentes humanas, la orillo a dormir, pensando en los antiguos problemas
familiares fuera de la ficción y consecuentes de los errores que hemos
cometido.
La
excitación catatónica es el último síntoma de la apoteosis de la raza humana.
esa sensación de urgencia de querer hacer algo y al final no conseguir nada,
justo el preámbulo del cambio de era, cuando los productos son superiores y el
pánico y la psicosis es real. La cortina que cubre al creador y su creación.
Es
parte de nosotros, de nuestra programación. Dudamos y tratamos de seguir
adelante con esas dudas en nuestros hombros. No somos el fin último, estamos a
la mitad del camino entre Dios y la nada. Dios puede ser el origen y la nada el
destino. Si queremos jugar a ser él tenemos que aceptar todas las reglas del
juego y la condición final es la más difícil de admitir. Empezamos a nombrar, a
crear para después ser olvidados por nuestra creación. Como si nunca hubiéramos
existido con ellos, y a la par de todo lo demás que creamos y es parte del
mundo postrado ante su emergencia y desarrollo virtual.
Ese
punto se desarrolla en la última novela, ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?, donde el avance deja de ser novedad y
al parecer es difícil recordar una vida diferente a la que está llena de
oleadas suaves y eléctricas en los amaneceres automáticos y ajustes necesarios
para despertar. Todo es tan natural que no parece haber algún cambio en
realidad.
Sin
embargo, a pesar de la generación de cambios en la superficie en el fondo se
heredan las mismas inquietudes, las cuales es probable que nosotros también
recibimos tiempo atrás. El vacío resultante de la identidad bilógica estimulada
por el deficiente aparato sensorial de un androide que piensa como humano. Un
eslabón perdido entre el carbono y el metal.
Uno de los sentimientos más remanentes y el cual es interesante notar como se resiste a desaparecer es la apreciación de lo sublime, de lo elaborado artísticamente, cualidad de lo sensible y trascendente. A la vez que simboliza un contraste entre el futuro y devastador paso por el rastro más humano existente. Humano o androide siempre queda dentro un vestigio de lo que hoy día denominamos alma, quizá esta alma haya sido trasmutada por el paso de loa años de creadores a creación y es a través de ella que en el inicio relacionamos nuestra esencia a la de nuestro antecesor.
No
importa cuántas fugas controladas o test hagamos, ninguno nos revelará que
fuimos creador para crear y después ser olvidados como todo buen creador.
Podemos ser mutantes, androides, simulacros o humanos. Todo lo creado tiene su
fin, y el andar del universo es tan indiferente a eso que no es un cambio sino
una etapa más. Una antes del final.
De
la existencia de Dios se derivan las naturalezas más simples, y de notros nacen
las realidades superficiales simples que al igual que la naturaleza pueden
llegar a ser demasiado complejas. Después la intervención termina y nos
sentamos a esperar el olvido, la última evolución de la criatura antes la
perfección, volviéndonos conservadores de su esencia en el interior. Hasta el
final de su expansión pura por el espacio de lo material.
Nos quedamos con lo eterno sólo en nuestros pensamientos, fuera de ellos nada se altera, el orden del mundo sigue su andar y nuestra única superación es contra nosotros mismos, nuestro pasado que moldea el presente como antesala para el día que vayamos a desaparecer. El único anuncio de ese momento es aquel cuando dispongamos por completo de poder de crear, ese que todos los días necesitamos usar. El salto de fe donde proponemos la verdadera simpleza de la suerte que jugamos como un jugador más en la mesa y en la realdad.
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