Cuento. Hoy Chaplin, mañana no
Por: Salvador Flores
Estábamos
hablando del autor más importante del naciente siglo XX, aunque, en ese momento,
nadie lo sabía, ni siquiera él. Seguramente era un genio excéntrico, exquisito,
especuló Huguito, y especular era lo
único que podía, puesto que no conocía su obra, y nadie sabía dar razón bien a
bien de su escritura; ¡incluso pasados cien años! Pero ¿cómo sería este tal Kafka?, con cuya presencia, juraba Tristancillo, recuperarían a los dadas
que juraron no volver al Voltaire[i]
después del escándalo de la semana pasada. Y ¿Cuánto habría que cobrar por su
estancia? ¡100 francos el minuto, 10 céntimos por palabra dicha o escrita! Un
costo tan alto, o incluso superior al arancel de la cortesana mejor pagada de
Zúrich. Una locura.
¿Locura?
Locura fue como terminó el espectáculo de la semana pasada, pensó Huguito al recordar aquella tarde noche
cuando, ante la espera de Chaplin y
en un lleno total, Tristancillo
anunció: Disculpen las molestias, pero
hoy no se presentará Chaplin sino un imitador, que es y no es un imitador de
Chaplin, ya que no siempre es imitador de Chaplin y no solo es imitador de
Chaplin. La audiencia no soportó la burla. Al preguntar al MP18 quién la
había detonado, el arma se limitó a contestar que únicamente recordaba, debido
a su estado de ebriedad, estar escupiendo balas sobre el techo sin percatarse
quién le apretaba el gatillo. ¡Qué escándalo! Escándalo de saldo rosado, pues
no había sido ni rojo ni blanco: Dos hombres ligeramente apuñalados, 25 botellas
rotas, cuyas fracturas fueron irreparables, 4 bragas rasgadas, que se presumía
ya se conocían, un par de mancuernillas perdidas en otras muñecas y montones de
perlas regadas en el piso; ningún collar completo.
“Pero
eso no pasaría con Kafka, era un mito
caminante ese hombre”, se repetía para sí Huguito
ayudado por la voz de Tristancillo,
quién intentaba convencer, y convencerse, del éxito que venía. Incitando a
imaginar cómo Kafka en los treintas
sería alabado en Alemania por Bretch,
en los setentas elogiado en París por Deleuze,
asegurando que sus obras serían filmadas por Orson Welles a principios
de los estrepitosos sesentas y por Haneke
a finales del siglo. Mas a Huguito le
preocupaba el rumor de la inestabilidad emocional del genio, que podría detonar
con cualquier falta de respeto. Tristancillo
replicó: ¿Una falta de respeto? En este cuento no debes preocuparte del respeto
porque no respeta. No respeta idiomas, tiempos, fronteras, contextos o
nacionalidades. ¡Está escrito en español y habla de dadaístas suizos!
Huguito
se tranquilizó, aunque si alguien en la audiencia tocaba algún tema sensible
como la paternidad, el amor, la alienación o predecía el trastorno esquizoide
de la personalidad, esto podría terminar en tragedia. Tenía que correrse el
riesgo.
Llegó
el día de la presentación, Huguito
preparó todo, acomodó las butacas, ayudó a elaborar los bocadillos y algunas
bebidas. Sin embargo, cercana la hora del comienzo sintió un escalofrío, al ver
a su amigo Tristancillo correr hacia
la entrada lo más rápido posible para mostrarle la fecha del diario: ¡3 de
junio de 1924! Con tristeza en la voz dijo: ¿Cómo pudimos ser tan ciegos?
¿Quién igual de grande para remplazarlo, si hoy se encuentra en su sepelio?
Se
tuvo que postergar el evento y agregar entonces, con gran pesar y jubilo, una
palabra a la marquesina: Mañana, el
cadáver de Kafka.
Salvador Flores (Schava) egresado de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la carrera de Filosofía. Colaborador constante en la editorial La Sombra de Prometeo, ha publicado en algunas revistas electrónicas como Los de abajo y Marabunta. Actualmente, junto a Eduardo Ruiz, lleva a cabo un proyecto de experimentos de creación literaria bajo el nombre Carne de Hiena.
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