Cuento. Plumas negras y amarillas

Por: Juan Adán Morales Cortés


Había finalizado una tormenta en día de invierno. Y las pocas aves que se hallaban cercas a un pueblito rural, empezaban a salir de sus nidos con silbidos y vuelos que, era como si ellas hablarán unas con otras y entre ellas mismas de lo maravilloso y hermoso que eran las gotas de lluvia caer por todos lados. Dejando un color vivo sobre las hojas de las plantas y en las múltiples flores de colores. Soltando aromas sin igual, impregnándose tan fácil cómo un valioso recuerdo.                                                                                                                   

Volaban por doquiera, tapizando como pelotas sin rumbo en el cielo albino lleno de esponjosas nubes con destellos rojizos de un sol a pleno salir. Hasta que después, transcurrido minutos de vuelos sin parar, una de las aves bajó con plena decisión a una rama de un nogal de una casa de adobe. Extendiendo sus alas hacía el aura fresca que llegó postrándose como un elegante para ver a una niña; que jugaba plácidamente en un charco de lodo con una botella en la mano, fingiendo ser aquél frasco, una linda y hermosa muñeca.   

–¡Buenos días, querida amiga!, ¿cómo se encuentra hoy en un día hermoso y tan agradable? – saludó el pájaro con tono alegre, desde la rama.

Pero la niña no respondió. Ella solamente escuchaba el silbido de un pájaro que era normal para ella. O talvez no daba cierta importancia porque oía aquellos cánticos de las aves todos los días a todas horas. Que siguió jugando con detenimiento con aquella botella.                                                                                                                           

 Mientras tanto, aquella ave, con mirada enternecida, pensó que no había recitado fuerte y claro al momento de preguntar, así que decidió saludar de nueva vez con mucha más fuerza abriendo su pico. Pareciendo bostezar:

– ¡Buenos días, querida amiga!, ¿cómo se encuentra el día de hoy? – dijo.

Y la niña dejo la botella. Enseguida miró hacía una lado y luego sé giró hacía el otro en busca de la persona que le había hablado, pero no sé encontraba nadie cercano a ella. El patio de la casa parecía abandonado.                                                                                

La chiquilla se había quedado de tal modo quieta con mirada sorpresiva, viendo de pronto a la puerta más cercana de una recamara qué, parecía por anunciar algo:

– ¡Hola! – dijo –. ¡Hola!, ¿mamá, eres tú?... ¡papá!.

Y el ave, que parecían también agarrar una mirada de sorpresa, inclinó su cabeza para ver si la pequeña le había respondido a su cumplido, o más bien, si había entendido lo que con su cántico había anunciado. Esperando respuesta de los padres de la niña si ellos también le habían hablado al mismo tiempo, pero nadie respondía, ni siquiera sus hermanos mayores que estaban en otras habitaciones.                                                                                                                           

El ave dijo por fin:

– ¡Oh, no, no, no!, fui yo pequeña, yo, acá arriba en el árbol – expresó, fascinado aún con la cabeza en lo bajo.

La mirada de la niña subió de instancia a la copa del nogal en busca del ave entre las ramas, o eso era lo que buscaba. De echo, era el árbol más grande y hermoso de todo el pueblo, y un ave, era lo más probable de encontrar.                                                                                                  

Después de estar viendo manchas de tonalidades verdes y conjuntos de hojas moviéndose de un lado a otro, apareció de pronto una bola esponjosa de plumas amarillas con plumas negras en los costados, con ojos diminutos como si fuesen semillas de limón, y un pico gris. Y ambos personajes tuvieron un choque de miradas sin igual; sonrisas de oreja a oreja.  

– ¿Tú me hablaste? – preguntó de pronto la niña, curiosa al observar el ave.                                                                                

 – Eh, bueno, ¡sí, claro!, fui yo quién te dio los buenos días pequeña – contestó el pájaro, tomando su pose de elegante –. Y todavía no has respondido a mi saludo querida, pero descuida, dada la situación es normal que no lo hayas hecho, no hay porque preocuparse.                                                                                                                                

 – ¡Oh!, lo siento señor pájaro, no fue mi intención no hacerlo – dijo, con ligero sentimiento en sus palabras –. Es que, estaba jugando con mí muñeca; iba a salir de fiesta con sus amigas y se estaba poniendo un vestido que… – y de repente, como si hubieran dicho una mala palabra; se tapó la boca con ambas manos y puso sus ojos como platos, pues empezó a reírse tímidamente concluyendo la oración en voz baja –. Lo qué pasa es que, el vestido le queda chico y se le ve toda la pierna, y sus, ya sabes.

Pero una risa interrumpió. El ave reía a sonora carcajada que también le hizo segunda la pequeña. Pues le hizo mucha gracia como interpretó la niña aquella situación con la inocencia y gracia en su palabras. Que duró un buen rato con aquel jolgorio.

– ¡Vaya, como me eh reído hoy! – expresó el ave, con regocijo –. Ya tenía demasiado tiempo que no reía así, ni siquiera con las palomas que suelo burlarme de su «brr, brr», y su cabeza, que forma tan rara de caminar, ¿no?.        

Y así como cambian de prisa los segundos de un reloj, la niña cambió de mirada. Había tomado un aspecto de enojo y había cruzado sus manos por detrás, talvez por disgusto o por cuestionar algo:

– ¿Por qué te burlas de ellas? – preguntó –. Creo que son muy lindas, además, son las únicas que convienen con nosotros. No veo porque la burla señor pájaro.

Las alas del ave se extendieron a lo máximo dejando su esplendor de color negro sobre todo lo demás. Se veía hermoso aquél, más con el follaje de las hojas y el movimiento adecuado en la rama. Emprendiendo su vuelo hacia los aires.                                                                               

Verlo volar era; como ver copos de nieve caer sobre jardines llenos de rosales blancos en plena primavera. Y así, surcando libremente en el aire, llegó hasta el charco de lodo junto a la botella que estaba impregnada de pequeñas piedras en su interior, portando un vestido echo de barro.    

– ¡Oh pequeña!, no me lo tomes a mal, no – reveló el pájaro, intentando ver a la niña –. Yo solo quería ser amable, gracioso.                                                                                          

 – Pues esa no es la forma de ser gracioso, ni amable – dijo la pequeña, con cierta molestia –. Si lo quieres ser, no hace falta burlarte de los demás, incluso si es para quedar bien con alguien o en tu manada, en tú manada de aves.                                                                        

 – ¿Enserio?, ¿entonces cómo es ser gracioso?, digo porque, no sabría cuál sea la forma correcta de serlo, y si lo que hice estuvo mal, le ofrezco disculpas, ¡ah!, y no es manada, es parvada.  

Y la niña le sonrió. A continuación pensó en ponerse de rodillas para ver de cercas al ave y verlo como un amigo más, así que sin ningún problema o contratiempo lo hizo. Ahora tenía una imagen mucho más extensa de un Calandria dorso amarillo ante sus ojos, y ella la miraba con cierto afecto.       

– Eres muy bonito – admiró ella, con caricia –. Y te lo digo en serio, nunca en mí vida había visto un ave como tú, eres muy lindo.                                                                                                            

– ¿Nunca?, ¡eh!, pues gracias pequeña, me halaga tus palabras – recitó el pájaro, un tanto enrojecido de su pico.      

Un rayo de sol apareció sin previo aviso que fingió ser un proyector alumbrando a la cabeza de la niña, enseñando una mata de pelo marrón y unos ojos grandes y redondos, llegando a tal punto que aquellos brillarán ante aquella luz. Algo parecido le ocurría al ave.

– Se qué en el fondo eres bueno, talvez aparentas ser otra persona por cuestión de como los demás quieres que seas, y ya has olvidado lo que está bien y lo que está mal, y todo eso no está bien – formuló de nuevo la pequeña, pacífica con mirada de alivio 

–. Y yo te puedo ayudar, solamente sí es que quieras.                                                                         

 – ¿De verdad? – interrogó el alado, maravillado.                                                                                  

– ¡Sí, claro!, pero con una condición, que te disculpes con las palomas.

El ave acento con la cabeza y sonrió a la niña, dio media vuelta y de nueva vez extendió sus alas. 

– Me tengo que ir, pero antes solo quiero decirte que tienes un corazón muy noble pequeña, sigue con esa carisma y sencillez que tú apoyo lo pórtate por toda la vida. Pero también quisiera saber tú nombre, ¡vaya que te recordaré como mí mejor amiga! – dijo aquél, con humildad 

–. Por eso es qué me escuchaste, porque escuchas a todos con tu nobleza y no por obligación, cuídate pequeña.                                                                                                                                 

 – Y yo también te veré como mi amigo señor pájaro – respondió –. Y me llamó María, pero todos me dicen conchita.  

Y la niña vio, o eso quiso observar, que su amigo le guiñó un ojo tan rápido y se preparó para volar. Pero algo sucedió.                                                                                                    

Decenas de plumas negras y amarillas formaron la figura del ave y con la poca brisa que hacía, se las llevo como una nube en el atardecer; perdiéndose en las ramas del nogal cómo si fuera rastros de humo. Todo se volvió tranquilo y pacífico.

– Adiós amigo mío, te veré muy pronto en donde quiera que estés, cuídate mucho – dijo por último la niña, con felicidad.

Conchita volvió a pararse y siguió con la mirada hacía arriba. El cielo empezaba a limpiarse y el sol ya estaba en su esplendor. Y una pluma bicolor de los colores del ave caía al tiempo que la mamá de la pequeña salía del umbral, viendo la pluma caer ante sus ojos. 



Mi nombre es Juan Adán Morales Cortés, nací el 17 de agosto de 1998, en la cuidad de San Luis Potosí, México. Tengo 22 años de edad. Terminé mis estudios hasta la preparatoria como técnico en alimentos y bebidas. En éste tiempo eh querido salir adelante vendiendo postres casa por casa y hamburguesas en las noches. Y lo que sueño o me motiva es, tener un negocio propio y seguir escribiendo.

Correo electrónico: Cortesadan988@gmail.com

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