Poesía. Epístola del solitario
Por: Rolando Reyes López
Mientras los poetas dialogan
sobre la efectividad del tiempo,
yo, figura virtual en la imaginación
de algunos
corro a esconderme en las
inmediaciones de un espacio
que ya no existe a simple vista.
La ciudad es solo un punto en la
memoria de los hombres,
la poesía es también otro punto
(no de puntuación):
los poetas saben de qué hablo.
La ciudad me exige estar aquí,
los hombres me exigen estar aquí,
a las mujeres les da lo mismo.
He visto a los árboles hermosos
deshacerse de sus hojas
antes del otoño;
contemplé desde las graderías el
triunfo de los poetas
y la amargura de los otros;
hice pausa en mi viaje a través de
las arenas y el agua
que alguien bebió con entereza;
en vano abrí las puertas de mi casa
y de mi espíritu;
pude ayudar al necesitado de pasos
cortos
y al niño que apenas sabía caminar;
leí hasta la fatiga los mandamientos
de Dios y los libros del poeta.
Melani y los niños no preguntarán
cómo se llamaba el vate
que un día escribió sobre la paz y
los disturbios.
Los tendidos en el asfalto vociferan
versos que apenas logro descifrar,
yo había abandonado el Coliseo y las
mazmorras,
me establecí lejos de la tribu y las
bestias,
asumí que con esa actitud
recuperaría la esperanza
y el sosiego.
Aquí todo es silencio, silencio…
silencio.
Un hombre llegado de otras latitudes
habla de la desesperanza,
de los niños asesinados en las escuelas,
maldice la hora en que llegó a este
mundo
y maldice la hora en que tenga que
irse,
seguramente a otro mundo peor.
Lo miro como se mira al horizonte,
distante siempre, lejos,
equidistante;
no le hablaré de los huesos que
reposan bajo los míos,
tampoco diré nada sobre las heridas
que conservo
envueltas en los pañales de la hija
que algún arma
separó de mis brazos;
le voy a ocultar los secretos que
domino;
haré de sordo y enterraré la cabeza
en el polvo,
nuevamente.
Soy uno de esos toros azules
que alguna vez vino de las barandas
de los puentes,
los otros disfrutan de las cervezas
y de las señoras de vestidos verdes,
disfrutan el pedazo que alguien
dispuso para los perdedores,
no intentaré comprender el fracaso
ni el por qué del mar frente a la
ventana,
no revisaré más en sus plegarias,
Dios ha perdido la capacidad de
complacer a los humanos.
Dios se revela hoy como un gran
ganador,
los niños fallecen en las
alambradas,
sus restos fueron a parar a un sitio
que se le escapó a la palabras
EXISTENCIA.
El verso que ahora juega entre mis
manos
una vez retozó en otras manos
y así hasta el fin de todo cuanto
repta y camina.
Desde los malecones del tiempo
observan los desamparados
con nuevas máscaras para sus rostros
fáciles y tontos,
regresando al páramo de los
silencios y las quietudes,
Talet aguarda junto al auto de
Pessoa,
Pessoa fue un momento al paraíso
a recoger un par de vírgenes
traviesas
y a las chicas X de un poeta que no soy yo;
el que ahora escribe estas líneas
intrascendentes
fue visto por última vez cerca de
los ríos,
arrojando un trozo de madera rumbo
al Sur,
dicen quienes lo vieron irse
que deseaba ir a ese horizonte
de nubes imperecederas.
Reseña: Rolando
Reyes López. (Pedro Betancourt. Matanzas. 1969). Miembro del Taller Literario
“Placido Valdez desde 1995.Resido desde el año 1971 en el Municipio de
Jovellanos. Matanzas. Cuba Graduado de Bachiller. Actualmente es jubilado por
Baja Visión.
Correo
electrónico: rolando6908@nauta.cu
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